Hace un par de noches ya me había acostado, cuando recordé que no había puesto agua nueva para mi gatita. Aunque era tarde, me levanté de nuevo y cambié el agua del dia por agua fresca para la noche. Parece insignificante, pero no podía dejar de pensar que, si a mí me gusta tomar agua fresca, probablemente a mi gatita también. Cuando pensé esto, inmediatamente el Espíritu habló a mi mente y tuve la idea de que, seguramente, a Dios también le gustaría tener una adoración fresca.
Recordé que varias veces en la Biblia se habla acerca de un “cántico nuevo”. Desde los Salmos hasta el Apocalipsis, esta expresión aparece en varios versículos. Aparentemente nos habla de una adoración renovada por las cosas nuevas que ha hecho Dios en nuestras vidas. Comencé a pensar en los matrimonios, y en cuántas veces he escuchado que hay que reavivar el amor, cambiar la rutina, o renovar los votos para que la relación pueda continuar y fortalecerse. Si esto es cierto, entonces nuestra relación con Dios también debe renovarse.
Comenzamos nuestra relación luego de ser salvos. Entonces nuestra adoración es pura y sincera, como el primer amor. Nos llenamos de asombro por cada cosa que vemos a Dios hacer en nuestras vidas, y nuestra adoración fluye. Pero poco a poco se establece la rutina. Las emociones cambian, y las pequeñas cosas ya no nos emocionan. Nos volvemos más difíciles de impresionar. No notamos los detalles, y podemos comenzar a pensar que hace mucho que Dios no hace “algo grande” en nuestras vidas. En este punto, nuestra adoración puede volverse añeja, o peor, podría cesar del todo. Comenzamos a pensar en el pasado, y en cómo nos sentíamos antes. Atesoramos demasiado el ayer, y no vemos el futuro. Nuestra adoración se basa únicamente en las cosas que Dios hizo ayer, y la relación se estanca.
Es hora de darle a Dios una adoración fresca. Sin embargo, una adoración fresca sólo puede venir de un corazón renovado. (Mateo 9:17) Todas las relaciones crecen y cambian, es parte de la vida. Si pretendemos que un matrimonio de 50 años sea igual que un matrimonio de un año, no entendemos cómo funciona el crecimiento. El tiempo y las circunstancias hacen que la relación crezca y madure, por lo tanto, cambia. El amor que sienten dos personas que llevan varios años juntos no es igual al que sentían cuando comenzaron la relación, pero no por eso se ha vuelto insignificante. Los sentimientos han cambiado, la intensidad de las emociones no es igual, pero eso no significa que el amor haya disminuido o desaparecido. Se basa menos en emociones, no depende del humor del dia. Es un amor más estable, más constante, y más duradero. Es una señal de que la relación ha crecido y se fortalece.
De la misma forma, cuando comenzamos nuestro caminar con el Señor, es posible que nos dejemos llevar por nuestras emociones. Pero no debe ser así siempre, si es que esperamos que la relación crezca. Si esperamos siempre las emociones del principio nos estancaremos. Debemos madurar en cuanto a este aspecto y renovar nuestro corazón y nuestra mente. (Romanos 12:2) Cuando estudiamos la Palabra, y le pedimos al Espíritu que nos enseñe, nuestra mente se renovará con la verdad de Cristo. Poco a poco comprendemos cuál debe ser nuestra forma de vivir, de conducirnos, de pensar. Vemos la vida a través del lente del Espíritu, y de repente, todo es nuevo. Vemos a Dios en cada aspecto de nuestra vida. Notamos realidades que antes ignorábamos. Nos damos cuenta de cuánto Dios nos ayuda cada dia, y cómo las adversidades más grandes son una bendición. (Romanos 8:28) Comenzamos a notar los pequeños detalles que Dios tiene para nosotros. Y nos enamoramos más.
Nuestra vida no ha cambiado en lo absoluto, pero nuestro enfoque sí. Nuestra mente ha sido renovada. Nuestro corazón es limpiado constantemente. Entonces podemos dar una adoración fresca. Porque le adoramos por las nuevas cosas que hace cada dia. Nos levantamos cada mañana, sólo para descubrir que hay nuevas razones para adorarlo. Ya no se trata de emoción, sino de relación. Y nuestra adoración fluye constantemente, en lugar de ocasionalmente. Aún atesoramos las bendiciones del ayer. Son parte de la historia de nuestra relación, lo que nos ha traído hasta aquí. El recuerdo de que Él nunca nos ha abandonado. Pero hay adoración fresca, señal de que nuestra relación no está estancada. Sino que constantemente se renueva y crece.
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